La ideología del miedo.
Joaquín Estefanía explica en su nuevo libro cómo el temor ciudadano al paro o al empobrecimiento contribuye a la dominación de los mercados.
Joaquín Estefanía explica en su nuevo libro cómo el temor ciudadano al paro o al empobrecimiento contribuye a la dominación de los mercados.
El temor ha sido siempre uno de los aliados más fieles del poder, que intenta que la población viva inmersa en él. La creación artificial de atmósferas de miedo obliga a los ciudadanos a blindarse frente a los contextos sociales. El miedo que anida en el cerebro quebranta la resistencia, genera pánico y paraliza la disidencia; no hay poder en la Tierra que no haya confiado en alguna forma de terror.
Tras un desastre -natural, político, económico- el miedo inicial deja paso a la ansiedad; la gente teme más los riesgos que se le imponen que los que acepta. Todos los esfuerzos por liberar al hombre han sido en realidad impulsos por liberarlo del miedo, para crear las condiciones en que no sintiera la dependencia como una amenaza; cuanto más asesino y más totalitario es el poder más priva al hombre de libertad porque lo que engendra es temor.
Surge así lo que algunos han denominado la ideología del miedo, definido en el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia como una “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”.
El miedo como arma de dominación política y control social; el miedo como herramienta de destrucción masiva en la guerra de clases. A lo largo de la historia ha habido todo tipo de movimientos sociales y culturales fundamentados en esa sensación, habitualmente desagradable, provocada por la percepción de ese peligro real o supuesto, presente, futuro o pasado.
El miedo no solo como construcción social sino también ideológica. Como es omnipresente y está arraigado, produce desconfianza y conflicto con el “otro”, al que se atribuye la culpa de lo ocurrido o de lo que puede acontecer, y genera, por tanto, la necesidad de protegerse de él.
Esa es la ideología del miedo, que llega a través de sus transmisores, los “fabricantes de miedo”, muy vinculados en la contemporaneidad a los medios de comunicación de masas y a la información, comunicación y propaganda que se transmite instantáneamente a través de Internet.
El miedo se manifiesta cuando las relaciones de poder son muy extremas [...]: se esfuman las certezas, lo garantizado, el statu quo, y emergen la precariedad y el desasosiego paralizante. Antes ello ocurría en tiempo de guerras y represiones políticas -cuando los inquisidores llegaban a las ciudades medievales, cuando entraban en vigor las leyes raciales contra los judíos, cuando los negros veían arder delante de sus casas las cruces de madera instaladas por el Ku Klux Klan; en la Italia fascista, la Alemania nacionalsocialista, la España de Franco, la Unión Soviética de Koba el Cruel, la China de la revolución cultural; en la Camboya de los jemeres rojos, en la Argentina o el Chile de los militares, en la Libia de Gadafi o en la Siria de El Asad, etcétera- pero ahora el temor se expande y añade otra naturaleza a la tradicional. El miedo adopta rostros inéditos.
Hoy no se trata solo de los temores tradicionales a la muerte, el infierno, la enfermedad, la vejez, la indefensión, el terrorismo, la guerra, el hambre, las radiaciones nucleares, los desastres naturales, las catástrofes ambientales, sino también -y no hay que banalizar las diferencias- del miedo a un nuevo poder fáctico que denominan “la dictadura de los mercados”, que tiende a reducir los beneficios sociales y las conquistas de la ciudadanía económica del último medio siglo; miedo a quedarnos sin ese bien cada vez más escaso que se llama trabajo, a reducir nuestro poder adquisitivo, al subempleo, a la marginación económica y social. Esos son algunos de los temores contemporáneos. Y sobre ellos Klima [intelectual checo, autor de El espíritu de Praga] escribe: ”
A diferencia de los anteriores usurpadores de poder, estas estructuras de poder no tienen rostro ni identidad. Son invulnerables a los golpes y las palabras. Su poder es quizá menos ostentoso, menos abiertamente declarado, pero es omnipresente y no cesa de crecer”.
Este nuevo temor que se expande a la velocidad de la luz entre la ciudadanía (lo dicen todos los sondeos que se publican, que lo ponen por delante de cualquier otro problema cotidiano) paraliza las reacciones, incluso la del miedo al miedo mismo. El sociólogo francés Michel Wieviorka, declara en la prensa: “En una situación de crisis los actores están cansados y las dificultades para sobrevivir provocan situaciones difíciles que rebajan la moral. La violencia y la conflictividad son más frecuentes cuando hay dinero y recursos. Pero cuando empieza la crisis la gente no entiende bien lo que pasa y está a la espera. El conflicto surge siempre que hay dominadores y dominados, pero en caso de crisis es todo el sistema el que no funciona, se crea desánimo y por eso no hay más conflicto.
Existe un estudio muy famoso de la pequeña ciudad austriaca de Marienthal, muy industrial y con un partido socialdemócrata fuerte, que en los años veinte era muy conflictiva. Pero llega la crisis del 29, la capacidad de revuelta de la clase obrera desaparece y se entra en un estado de debilidad que incluso impide pensar. El siguiente paso fue el ascenso del nazismo”.
El temor es una emoción que inmoviliza, que neutraliza, que no permite actuar ni tomar decisiones con naturalidad. [...] Este miedo contemporáneo hace a todos susceptibles de ser dominados, subyugados por los que poseen la capacidad de generarlo: por los que ejercitan el poder, que someten a los miedosos y les inyectan pasividad y privatización de sus vidas cotidianas (el refugio del hogar), los culpabilizan y, a continuación, los castigan bajándolos de la escala social en beneficio de los primeros. El historiador y crítico social norteamericano Christopher Lasch, escribió en 1979: “Tras el torbellino político de los años sesenta, los ciudadanos sociales se repliegan a cuestiones meramente formales.
Sin esperanzas de mejorar su vida en ninguna de las formas que verdaderamente importan, la gente se convenció de que lo importante era la mejoría psíquica personal: contentarse con los sentimientos, ingerir alimentos saludables, tomar clases de ballet o danza del vientre, imbuirse de la sabiduría oriental, caminar sin fin, trotar, aprender a relacionarse, superar el miedo al placer. Inofensivas en sí mismas, estas búsquedas, cuando son elevadas a la categoría de programa y se encumbran en la retórica de la austeridad y la apertura de las conciencias, implican un alejamiento de la política y un rechazo del pasado reciente”.
Es una especie de autogenesia social. Con la irrupción de una crisis tan profunda como la de nuestra época, conceptos como los del miedo y la inseguridad, que pertenecen con más propiedad a otras disciplinas sociales (la psicología, la psiquiatría) que a la economía, se han incorporado con mucha fuerza al análisis técnico de esta última disciplina.
Si uno es cliente habitual de cualquier tipo de medio de comunicación (de una u otra manera lo somos todos) habrá comprobado cómo abundan las alusiones al temor de los ciudadanos, a las secuelas de la larga recesión que padece el mundo. No se trata solo de los titulares de la sección de Economía [...], sino de las declaraciones y las valoraciones que emergen en otras materias y que derivan por extensión al terreno de la Economía. [...]
Una periodista refleja lo que ve en la calle (y posiblemente lo que siente ella misma) y lo resume en un artículo en el que habla del “miedo a quedarse en paro. A que los chavales no encuentren trabajo por mucho que estudien. A coger el coche por si acaso. A encontrar en el barrio otra tienda cerrada. A empobrecernos. A no cobrar la pensión cuando nos jubilemos. A comprar y vender. Miedo a gastar lo que tenemos porque a lo mejor no es nuestro”. El dibujante El Roto publica una viñeta en la que un tipo con pinta de gran ejecutivo dice: “Tuvimos que asustar a la población para tranquilizar a los mercados”. [...]
“Desgraciadamente esto cada día se parece más a la Gran Depresión”; “nunca antes tan pocos debieron tanto dinero a tantos”; “la herencia de la crisis será hijos que vivirán peor que sus padres”; “¿era esto lo que nos prometieron?”; “tras la recesión económica viene la humana”. Estas son algunas más de las opiniones entresacadas de los medios, sobre el mismo asunto. Un estudio de la Fundación Pfizer, titulado “Los españoles y la enfermedad del miedo”, publicado en el invierno de 2010, indicaba que más del 40% de los encuestados albergaba el temor a perder su trabajo en el próximo año mientras que el 86% de los desempleados consultados veía difícil encontrar una ocupación laboral en un plazo razonable; el estudio decía, en esencia, que la población española “está asustada”; destacaba el “miedo al futuro”, que puede convertirse en una auténtica paralización, y afirmaba que “del pavor puede pasarse a la desesperanza y de ahí a la rabia social, que hará que el problema sea infinitamente peor”.
La economía del miedo, de Joaquín Estefanía. Editorial Galaxia Gutenberg. Precio: 21 euros. Se publica el 28 de noviembre.
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