El miedo a la felicidad.
Uno de los libros que nunca se agotan es El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry. Aparte del impacto que puede tener una primera lectura atenta, lo mejor es la cantidad de repliegues que se van descubriendo a medida que crecemos. Es decir, tiene una interpretación para cada edad de la vida. En casa hemos seguido el ritual de regalar un ejemplar a cada hijo, y el resultado siempre ha sido satisfactorio. Sobra decir que los hemos avisado, “todo no tendrá sentido en la primera lectura”, cuando menos el tipo de sentido profundo que el libro esconde. Pero incluso en este caso, cada edad le saca un provecho inesperado. Un día que mi hija pequeña Ada lloraba, recordé que “el país de las lágrimas es muy misterioso”, y fue El Principito el que facilitó una conversación deliciosa. “¿Sabes que lo bueno del desierto es que en cualquier lugar esconde un pozo?”. La reflexión de una niña de nueve años, al oír esa idea, aún me impresiona.
Uno de los libros que nunca se agotan es El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry. Aparte del impacto que puede tener una primera lectura atenta, lo mejor es la cantidad de repliegues que se van descubriendo a medida que crecemos. Es decir, tiene una interpretación para cada edad de la vida. En casa hemos seguido el ritual de regalar un ejemplar a cada hijo, y el resultado siempre ha sido satisfactorio. Sobra decir que los hemos avisado, “todo no tendrá sentido en la primera lectura”, cuando menos el tipo de sentido profundo que el libro esconde. Pero incluso en este caso, cada edad le saca un provecho inesperado. Un día que mi hija pequeña Ada lloraba, recordé que “el país de las lágrimas es muy misterioso”, y fue El Principito el que facilitó una conversación deliciosa. “¿Sabes que lo bueno del desierto es que en cualquier lugar esconde un pozo?”. La reflexión de una niña de nueve años, al oír esa idea, aún me impresiona.
Hoy, como a menudo, es Saint-Exupéry quien me motiva la reflexión. Hojeándolo de nuevo, me he detenido en otra de sus maravillas: “Es el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hace tan importante”. Y aquí, perdida en el Cadaqués mítico que hace siglos que late en el interior de mi familia, gozando de la calma conquistada por unos días, el sentido de esta idea se revela en toda su profundidad. Ciertamente, nada es importante por sí mismo, sino en función del tiempo, el cuidado y la estima que dedicamos, y que convierte una simple rosa, en una rosa única. Es nuestra actitud hacia lo que nos rodea, lo que lo hace vulgar o especial… Y de esa actitud surge la capacidad de ser felices.
Es curioso, pero en estos raros momentos en que me dedico tiempo a mí misma, y me pierdo en los placeres insólitos de la soledad, la idea de la felicidad me araña con insistencia. ¿Será miedo a no conquistarla?
Probablemente, porque los seres humanos estamos preparados para sufrir, luchar, fracasar y vencer, pero no nacemos con el manual de la felicidad.
A menudo he creído que más que un concepto, la felicidad es un lenguaje de la vida, y que hay que aprender a pronunciarlo de nuevo cada día, porque cada noche volvemos a olvidarlo. Y es el sentido del concepto, lo más difícil de comprender. Tal vez sólo es lo que dice Saint-Exupéry, la manera de mirar. “És quan dormo que hi veig clar”, decía el poeta Foix, o cuando frenamos la locura del viaje cotidiano, y descubrimos que si no vemos claro, es porque quizás hemos equivocado la mirada.
Sea como sea, la felicidad tiene que ver con el tiempo que dedicamos a las cosas y a las personas que nos importan.
El resto es tempus fugit, empleado para digerir la vida sin haberla probado. Acabo, como era previsible, volviendo a Saint-Exupéry: “Lo esencial es invisible a los ojos. Sólo vemos bien a través del corazón”. La mirada, siempre es una cuestión de mirada…
Pilar Rahola
Publicado en: La Vanguardia
Publicado en: La Vanguardia
#RegalaleUnaSonrisaAlMundo
No hay comentarios:
Publicar un comentario