Elogio de la esperanza.
Ser optimista en plena crisis puede convertirse en una apuesta personal de progreso –e incluso de supervivencia– cuando la atmósfera general es de desánimo, pero ese optimismo debe ser activo, llenarse de contenido y de proyectos para llegar a buen puerto. Así lo ven muchos expertos en psicología, ética y sentido común. Si la esperanza es, según la Real Academia, un “estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos”, trabajarla podría ser un buen ejercicio anticrisis.
Ser optimista en plena crisis puede convertirse en una apuesta personal de progreso –e incluso de supervivencia– cuando la atmósfera general es de desánimo, pero ese optimismo debe ser activo, llenarse de contenido y de proyectos para llegar a buen puerto. Así lo ven muchos expertos en psicología, ética y sentido común. Si la esperanza es, según la Real Academia, un “estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos”, trabajarla podría ser un buen ejercicio anticrisis.
“El optimismo alude a la capacidad de anticipar que la expectativa de futuro va a traer cosas mejores; en realidad, no es algo racional que esté basado en el cálculo de probabilidades –argumenta la psicóloga María Dolores Avia, autora junto a Carmelo Vázquez del libro Optimismo inteligente (ed. Alianza).
Eso tiene una repercusión importante porque te anima a persistir en el esfuerzo, y te lleva a una actitud de reto, una motivación para hacer cosas incluso en ausencia de resultados inmediatos”.
Pero, alerta Avia: “Hay que huir del optimismo ingenuo, el que cree que las cosas van a ir bien porque sí, y no hace nada por provocarlas”. Conclusión: se precisa un optimismo activo, que genere movimiento y realidades.
“El optimismo es la versión moderna y laica de creer en la Providencia; antes se decía: ‘y que Dios haga más que nosotros’, y ahora debemos ser resilientes, confiar en nosotros mismos, en que todo irá a mejor –tercia Norbert Bilbeny, catedrático de Ética de la Universitat de Barcelona (UB)–. Pero hay un optimismo bueno, el inteligente, y otro malo, el tontorrón”. El primero, según Bilbeny, exige acción, mientras que “el segundo es una esperanza falsa o sin base, y es reactivo. No piensa en hacer, se agota en el sentir”.
Pero no es cosa fácil mantener arriba los corazones. Según María Dolores Avia, políticos y medios de comunicación abusan tanto del concepto de crisis que “están generando desánimo a nivel social”, cuando estudios psicológicos no relacionados con contextos de crisis económica, pero relativos a situaciones personales traumáticas o de estrés, indican que una actitud positiva contribuye a que aflore lo mejor de uno mismo.
“Serenidad siempre, relativizar, y no culpabilizarse ni culpabilizar a otros, pues ambos son obsesionantes, distorsionan la realidad y minan nuestras fuerzas”, recalca Bilbeny. Sus recetas son: para el individuo medio que ha visto reducido su sueldo y capacidad adquisitiva pero conserva el trabajo, “mostrar y mostrarse que sabe administrar la dificultad y hallar lo esencial”; y para el que está en paro, “moverse, buscar, aprovechar cualquier oportunidad, continuar aprendiendo”.
También hay que relativizar el momento histórico. “El pasado fue siempre peor, y no hay duda de que el futuro será mejor” es el mensaje que quiere transmitir Eduard Punset en su nuevo libro Viaje al optimismo (ed. Destino).
En el libro, Punset sostiene que la crisis no es planetaria, reclama la obligación de redistribuir el trabajo, y recuerda que en las sociedades occidentales la esperanza de vida aumenta dos años y medio cada decenio. Ahora, sostiene Punset, “la manada reclama el liderazgo de los jóvenes”, se necesita como nunca “aprender a desaprender”, y la gestión de las emociones es prioritaria. El optimismo está ahí.
María-Paz López
Publicado en: La Vanguardia
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