Si realmente existe una “ayuda máxima” – esa sensación de bienestar que sentimos ayudando a los demás – Rachel Wheeler la tiene.
Una niña de 12 años de Florida ha hecho más para ayudar a los otros de lo que muchos adultos hacen a lo largo de toda su vida.
Hace tres años, cuando sólo tenía nueve años, Rachel y su madre fueron a una reunión sobre el trabajo caritativo para Haití. La niña escuchaba como Robin Mahfood, de la agencia de ayuda Food For The Poor (Comida Para los Pobres), describía a niños tan hambrientos que comían galletas hechas de barro, tan pobres que dormían en casas hechas de cartones.
Por aquél entonces, Julie Wheeler no sabía ni siquiera si su hija entendía algo de lo que se estaba hablando – “hasta que Rachel se subió a la silla, delante de toda aquella gente, y prometió que ayudaría a la agencia Food For The Poor”, dijo la madre.
Entonces, la niña de cuarto curso, prometió que conseguiría el dinero necesario para construir una docena de casas en Haití.
“Rachel no quería sólo ayudar”, recordaba la madre, “decía que tenía que ayudar”.
Rachel organizó fiestas de pasteles, recogió dinero durante los partidos en el instituto Zion Lutheran School, en Deerfield Beach (Florida), recaudó fondos a través de los padres de sus amigos y de la gente que conocía de la iglesia. En su pueblo natal, la cámara de comercio ofreció dos cheques considerablemente altos.
En su página de Facebook, y a través del boca-oreja, una granja de cerezas de Washington oyó lo que Rachel estaba haciendo y le mandó las ganancias de toda una cosecha. Otra donación generosa fue la de una familia que daba apoyo, de forma regular, al trabajo exterior de Food For The Poor.
Tan sólo en tres años, Rachel consiguió 250.000$.
En lugar de construir sólo 12 hogares, Rachel duplicó con creces su promesa. Gastó 170.000$ en estructuras de cemento cien por cien probadas para aguantar terremotos, que dieron cobijo a 27 familias en un pequeño pueblo pesquero fuera de la capital de Port-au-Prince. Las familias bautizaron las viviendas como “Rachel’s village” (el pueblo de Rachel).
Muchos de los propietarios habían pasado toda su vida viviendo en casuchas provisionales y tiendas.Food For The Poor tubo que explicar cómo utilizar una llave o abrir una puerta.
Ahora el sueño de Rachel es reconstruir la escuela local, que quedó seriamente afectada en el catastrófico terremoto, de 7,2 grados de magnitud, que golpeó Haití en 2010, y que mató 316.000 personas y dejó 3 millones más sin hogar.
La niña dispone de la mitad del dinero necesario para arreglar la escuela Reap de Morel, en Leogane, dónde 200 estudiantes aprenden a leer, escribir y aritmética en clases sin paredes, un techo cubierto con pedazos y suelos sucios. Mahfood destaca el hecho de que los niños vayan a escuela como “un pequeño milagro”, siendo la mayoría niños sin hogar, que pasan hambre o que viven en un país dónde más de la mitad de la población no sabe ni leer ni escribir su propio nombre.
Las aulas se separan las unas de las otras con sábanas. La “biblioteca” de la escuela es una mesa de madera con no más de 30 libros viejos. Cada alumno dispone de un solo lápiz y una libreta. Hay tan pocos libros de texto como comida.
En una cafetería improvisada, las mujeres se pasan las mañanas cocinando grandes ollas de arroz con frijoles. A las diez de la mañana, los estudiantes tienen demasiado hambre para concentrarse, necesitan tomar el almuerzo. Este comida caliente, suministrada por Food For The Poor, es la única comida del día para la mayoría de esos niños.
Food For The Poor ha estado trabajando en Haití durante 25 años. La caridad da de comer a centenares de despensas que alimentan a más de 400.000 personas diariamente. También sustenta docenas de clínicas de salud gratuitas con medicamentos para tratar a miles de niños cada semana. Muchos jóvenes haitianos sufren enfermedades mortales como el cólera, que ha matado más de 6.200 haitianos e hizo enfermar unos 440.000 a lo largo del año pasado.
Rachel ha visitado Haití en un par de ocasiones y ha vivido, de primera mano, la pobreza del país. “No creo que, con sólo chasquear los dedos, pueda cambiar Haití de la noche al día”, dijo. “Sé que debo trabajar en ello”.
Podríamos decir que el suyo es un enfoque maduro para una niña de 12 años. Pero Rachel no es la típica pre-adolescente. Ya ha invertido una cuarta parte de su vida a su causa.
“Si todos ayudáramos Haití, igual que hizo Rachel, el país se podría valer por sí mismo”, dijo Mahfood. “En cinco años, Haití sería un país completamente distinto”.
Ésta es su historia recogida en The Daily Nightly
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